LOS DONES DE DIOS SON IRREVOCABLES

LOS DONES DE DIOS SON IRREVOCABLES

Todos tenemos la tentación de  cerrar fronteras a todo lo novedoso y extranjero y a querer atrapar a Dios y ponerlo siempre de nuestro lado en contra de los demás. Una tentación que es tan vieja como el hombre y que la Biblia recoge estas situaciones. Profetas como Isaías 56, 11 – 7, se atreven a decir cosas distintas y a intuir que el Dios de Israel puede que actúe fuera de sus fronteras y de que otros pueblos están invitados también a la comunión con El.

El mismo Jesús, por lo que dice el evangelio de hoy, afirma que su misión parece quedar cerrada en las fronteras de Israel; aunque toma el riesgo de marcharse o salirse de esas fronteras y se encuentra con la mujer que le ayuda a cambiar de perspectiva. Para mí, (puede que no esté en lo cierto) es un claro progreso en la conciencia mesiánica de Jesús que se va haciendo o madurando en los distintos sucesos por los que atraviesa. Esta mujer, en el diálogo, muestra una fe muy grande y una confianza mayor. Esa fe no puede ser más que obra del Espíritu Santo por lo que las fronteras de la acción de Dios llegan más allá de los hijos de Israel y por lo tanto la misericordia de Dios que se manifiesta en Jesús, alcanza a la cananea y su hija y en ella a tantos cananeos que en el mundo andamos. Pablo nos llamará “gentiles”. A nosotros también nos llega la acción salvífica y misericordiosa de Dios que no tiene límites de espacio ni de tiempo.

Los límites de “espacio” los debemos seguir poniendo nosotros. La desunión de los cristianos es un escándalo que permanece en el espacio y en el tiempo, y parece no tener fin. No encontramos el camino de unirnos en la caridad-comunión respetando determinadas opciones eclesiológicas y quizás también dogmáticas generadas por los desencuentros y las incomprensiones mutuas.

En el mundo “político”, algunos creíamos en un tiempo que eran llegados los tiempos de ser y proclamarnos todos “ciudadanos del mundo”. Pero parece que vuelven las fronteras y las posturas irreconciliables y no hay manera de ponerse de acuerdo ni siquiera para salvar el barco que naufraga por causas diversas, pero que la pandemia coronavírica lo ha desguazado por todos los sitios. Y vuelven los nacionalismos miopes y la búsqueda del sálvese el que pueda. Volvemos a creer y pensar que “nuestro pueblo” es único (que lo será porque no hay otro) y el mejor y hay que preservarlo de las contaminaciones ajenas a nuestra especie. Volvemos a la asfixia social.

La carta de Pablo, que hoy se proclama, unida a la del domingo pasado, habla de estas cosas. Pero sorprendentemente Pablo no se separa de su pueblo. Muestra un amor “infinito” por los “hijos de Abraham”. Le duele en el alma que no hayan encontrado la Luz que él ha visto en Cristo. No los condena al anatema. Es más, esta experiencia le arranca una frase imperecedera sobre la fidelidad de Dios: LOS DONES  Y LA LLAMADA DE DIOS SON IRREVOCABLES.

Una frase para pensar, gozar y agradecer. Saber que todo es “Don” irrevocable que me lleva también a mí (nosotros) a ser tarea. Que sería más o menos aquello de Isaías “Guardad el derecho y practicad la justicia”.

Dones de Dios son la vida. Primer don e irrevocable. Dios es Dios de vivos y no de muertos. Nos llama a la vida para la Vida. La muerte ha sido vencida. Un motivo de esperanza, aunque nos duela esta vida, con la enfermedad y la ancianidad. Dios con nosotros siempre. Don y tarea de cuidar la vida cumpliendo el Derecho y haciendo o trabajando por la justicia de todos. Cuidar la vida es cuidar la vida humana desde su nacimiento hasta su ancianidad. Es cuidar también de nuestro planeta tierra como la casa común de todos tratando de que todos estemos en él “como en casa”.

Don de Dios es la vocación bautismal que nos hace “cristianos” o hijos de Dios. Don y tarea de ser testigos del amor y profetas de la reconciliación. Constructores de paz y de justicia. Algo que incomoda y que nos saca de nuestras rutinas y comodidades, porque nos lleva a la solidaridad con los pequeños y los pobres. Don de Dios es la vocación particular de cada uno: matrimonio, sacerdocio, vida consagrada. Don y tarea de cada uno es cuidar estas vocaciones viviéndolas cada día como novedosas o como nuevas. Hoy es el día en que debo responder o tengo la tarea de vivir mi fidelidad a mi vocación concreta.

Matrimonio: Ser sacramento de la donación mutua en fidelidad creciente. Es don de Dios irrevocable. Llamados a significar esa donación total desde la gratuidad. Puede haber convulsiones o desencuentros durante el caminar matrimonial, pero nunca se debe llegar a la ruptura. Se puede volver a empezar desde la Gracia o Don irrevocable recibido. Habrá que dejarse modelar por Dios, como un vaso nuevo, y agarrados a El volver a reiniciar lo que un día se inició en nosotros como “obra buena”.

Sacerdocio: ser sacramento del servicio y de la entrega para confirmar en la fe a los hermanos. También aquí se configura con Cristo a unos hombres para que toda su vida esté consagrada al servicio de la comunidad creyente. Es también un don irrevocable. Puede haber tentaciones de deserción. En ese caso habrá que pedirle a Dios que “nos salve”. Pero es necesario seguir adelante, porque el evangelio de Jesús, su persona, lo merece. Él nos ha dicho “Ven” y le hemos seguido. Hasta el final.

Religiosos: ser signos de la llamada universal a la fraternidad y de que el Reino futuro se puede vivir ya en presente. Hemos descubierto en Jesús la “perla preciosa” o “el tesoro escondido”. Lo hemos vendido todo para seguirle “ligeros de equipaje”. No miremos a Egipto y sus cebollas. No volvamos a recuperar por las “ventanas” de nuestro corazón aquello que un día, llenos del Señor, para hacerle hueco vaciamos nuestros corazones de asimientos de tantas cosas innecesarias.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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