Zaqueo: Una historia de la gracia

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Zaqueo: Una historia de la gracia

Loado sea mi Señor, por toda creatura, por el hermano sol, por la hermana luna, la hermana agua y el hermano fuego. Loado sea mi Señor por la hermana “madre tierra”. El domingo pasado se ha clausurado el Sínodo sobre la Amazonía que tenía por objetivo dinamizar la encíclica “Laudato Si” del papa Francisco. Un Sínodo a tener en cuenta no solo por los “viri probati” y su ordenación sacerdotal, o la posibilidad de ordenar a mujeres como diaconisas. Lo será sobre todo por su acercamiento a las comunidades de fe periféricas y por el respeto con el que hay que abordar su evangelización aceptando la cultura y costumbres de esos pueblos. Y esos pueblos están enraizados en la “madre tierra” a la que cuidan y respetan como algo que les es propio; o mejor, como algo de lo que ellos son partícipes. La apertura al trascendente pasa por el encuentro con la naturaleza.

Pensaba en esto, porque al abrir las lecturas de este domingo y ver la primera del libro de la Sabiduría, me daban ganas de quedarme en ella y no pasar adelante. Es una lectura fascinante que nace justamente de la contemplación de la belleza de todas las creaturas, de todo lo creado. Para Dios todo lo creado es como una gota de agua en el mar o un grano de arena en el desierto. Reconozco que  a luz de la ciencia actual la “gota” o el “grano” se ha hecho inmensamente mayor que el conocido por el “sabio” de entonces. Da vértigo oír las dimensiones que tiene nuestro universo en continua expansión a velocidades inimaginables. La ciencia ha llegado, según dicen, a remontarse casi hasta el punto 0 del inicio de la expansión del universo. Dos segundos después de ese punto 0. Perforar veinte mil millones de años hasta casi el momento inicial. Una maravilla. El científico podrá quizás llegar al punto inicial y a lo mejor encuentra una materia oscura precedente. ¡La ciencia avanza que es una barbaridad!

El sabio, ante esta realidad maravillosa, se pregunta: ¿Cómo subsistirían las cosas si tú no las hubieras creado? ¿Cómo conservarían su existencia si tú no las hubieses llamado?

El sabio se pregunta el porqué del ser, del creado y el porqué no la nada. El sabio afirma que las cosas, el creado todo, no tiene subsistencia en sí mismo. No puede justificarse a sí mismo por sí mismo. No tiene fundamento en sí mismo, justamente porque es contingente. Su ser le viene dado desde Otro ser subsistente que lo crea porque lo ama. El origen del universo viene del amor creador de Dios que lo llama a la existencia. Es fruto de una vocación, y lo llama con una finalidad. El universo tiene principio y tiene una finalidad (que no fin). El arco de la creación se abre y cierra en Dios que crea y en Dios que llama y atrae para llevar a plenitud todas las cosas.

En el mundo del creado entra el hombre como persona capaz de amar, como persona imagen y semejanza de Dios. Persona capaz de responder a Dios con un Sí o con un No. Y en esta historia entran los sinsabores de los noes del hombre a Dios, y se abre el capítulo del perdón y de la misericordia de Dios para con los hombres pecadores. En esta historia del perdón y de la misericordia entra justamente el evangelio del día con la narración de Zaqueo.

Una historia que puede sorprender. San Lucas es el evangelio “de los pobres” y es el más lacerante con los ricos. Además es cierto que hace poco oíamos decir a Jesús que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el cielo. Y resulta que hoy el protagonista es Jesús con un rico hacendado. Y no debía ser la primera vez que Jesús se encontraba con publicanos y pecadores, porque tenía fama de “comer con publicanos y pecadores”. Es decir que Jesús no hacía “feos” a nadie y nadie estaba “perdido” por definición. Es más, Él dice que ha venido a buscar justamente a los que estaban perdidos, ha venido a buscar a publicanos y pecadores. Y la mejor forma de buscar es salir a la calle y hacerse el encontradizo con esos publicanos y pecadores y hacerles la propuesta de “salvación”.

Esto es justamente lo que ocurre en la historia de Zaqueo, que es una hermosa historia de la Gracia; la historia del encuentro entre dos personas, de cuyo encuentro salen modificadas las existencias de esas personas.

La Gracia, que es Dios-Amor, sale al encuentro de múltiples maneras. Zaqueo siente el gusanillo de conocer a Jesús. Ese “gusanillo” ya es  mover ficha por parte de Dios. Zaqueo no tenía mayor interés que ver a un hombre famoso que pasaba por allí. Para ello es capaz de subirse a un árbol sin miedo a hacer el ridículo. Y allí está viendo pasar al personaje. Si  Zaqueo llega a saber dónde se iba a meter, yo creo que no se sube a la higuera. Pero allí estaba y Jesús se fija en él, y lo mira y lo llama: “Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Zaqueo debió pensar eso de “tierra trágame” por verse involucrado en un protagonismo que él no pretendía. Pero al ver la mirada de Jesús y oír su palabra, lo que hizo es entrar en una situación de inmensa alegría y bajó de allí lo más rápido posible y se puso en la cabeza de la comitiva llevando a Jesús a su casa. Y empezaron las murmuraciones; los dimes y diretes. Nada positivos. El único positivo allí era Zaqueo que se pone en pie y declara su cambio radical de comportamiento y vida. Además un cambio radical que pasa por el bolsillo y la hacienda y que sin embargo se hace con inmensa alegría. Ese es el encuentro de la Gracia. Dios y el hombre en comunión vital que hace que se trasvase la vida de Dios al corazón de Zaqueo. Empieza a vivir solidariamente con los demás. Ahora será un seguidor de Jesús. No sabemos cómo siguió la vida de Zaqueo. No nos hace falta. La tradición le hace discípulo de Cristo y de Pedro y hasta le llegan a hacer obispo de Cesarea.

La declaración de Jesús no tiene desperdicio: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”. Salvación. Zaqueo andaba perdido y ha sido hallado. Dios y el hombre se han encontrado de nuevo. Dios hace partícipe al hombre de su misma vida. Jesucristo es el mediador de esta Salvación de esta Gracia.

Todos estamos llamados a la salvación: ricos y pobres. Ricos puede haber como Epulón o el joven “rico” o pueden ser como Zaqueo. Pero también hay ricos de orgullo, avaricia, de prejuicios, de fronteras y divisiones. Par todos está la llamada a la salvación que pasa evidentemente por el cambio del corazón. La bienaventuranza llega a los pobres de espíritu; pobreza que no se queda en la interioridad sino que pasa también a la vida corriente del personaje. Toca toda su estructura personal, familiar, local y se compromete a una divulgación del Reino de Dios trabajando por la paz y la justicia.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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