Cristo ha resucitado ¿verdaderamente?

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Cristo ha resucitado ¿verdaderamente?

En este Tiempo Pascual, la liturgia machaconamente repite una y otra vez que Cristo ha vencido a la muerte resucitando de entre los muertos. La noticia es tan “increíble” que por todas partes aparecen dudas y desafecciones. En las tres lecturas que hoy se proclaman parece que la historia se juega a “dos bandas” distintas. Es como si el mismo paisaje se viera desde perspectivas distintas; y siempre hay una que machaconamente parece imponerse –la perspectiva humana- pero que vista desde Dios queda totalmente aplanada y superada esa realidad. La oposición se supera desde la fe. Hay que ver de quién me fío para creer.

La lectura de los Hechos (3, 13-19) nos habla claramente del rechazo al Santo, al Justo, al Autor de la Vida. Está hablando de Jesús. Pasa haciendo el bien y anuncia el Reinado de Dios y termina colgado de un madero. Toda su oferta de salvación, de bondad, de fraternidad, de justicia se difumina y hunde con la muerte y sepultura de quien lo anuncia. Nada que hacer. La realidad de zancadillas, lucha por el poder, ley del más fuerte, se impone tercamente. Cunde la desesperanza y el desconsuelo y un volver a empezar pero sin saber hacia dónde.

La carta de Juan 2, 1-5 habla también de la realidad del pecado, de la incoherencia de los creyentes, de aquellos que dicen creer pero que en su vida no se manifiesta por ningún sitio su opción por Jesús y viven en la mentira de la anti-fraternidad, en la cultura de la muerte y del descarte. El creyente no es levadura que fermenta la masa o sal que sala. Es pura fachada sin contenido alguno.

En Lucas 24, 35-48 contemplamos lo reacios que son los llamados discípulos de Jesús para abrirse a la experiencia del Resucitado. El acontecimiento de la muerte de Jesús les ha dejado desnortados. Mira que habían escuchado algo al respecto de boca del Maestro. Les había dicho alguna vez que tenía que padecer y morir, pero aquello no encajaba en sus entendederas. Preferían liberación contante y sonante y nada de promesas. La aparición del Resucitado les suscita asombro, dudas, miedos; hasta aquello puede ser un fantasma y más nada. Eran duros de mollera.

En nuestros días ¿se cree en la resurrección? Hay encuestas que dicen que incluso entre personas que se dicen cristianas hay muchos que no creen en la resurrección. Yo no sé cómo se puede compaginar eso, pero ahí está el dato. Y si nos acercamos al mundo nuestro de Occidente hablar de resurrección de Jesús y de los muertos es algo calificado como fatuo, pura estulticia y propio de fanáticos. Se pasa olímpicamente de tal afirmación y de aquellos que persisten en afirmarla, porque es algo a-científico y contrario a la realidad que se impone que no es otra que la muerte; aunque esto se afirma con la boca chica y se pospone para no enfrentarse verdaderamente con las consecuencias que acarrea esa realidad. Es preferible vivir en la inconsciencia y seguir adelante mientras el cuerpo aguante.

Ninguna de las tres lecturas se queda en esta “onda” sino que nos hablan también y sobre todo desde la perspectiva u “onda” de Dios.

La primera lectura nos habla de un Dios que está dispuesto a “justificar” lo injustificable y que está dispuesto a sacar de la muerte, vida. Es un Dios siempre dispuesto a la misericordia y al perdón y a renovar permanentemente la faz de la tierra y el corazón del hombre. Un Dios que ofrece siempre caminos de esperanza y de renovación orientados hacia la Vida.

La segunda lectura afirma que todo pecado, toda desestructuración humana tiene perdón y remedio. Jesús es nuestro abogado ante el Padre, pero sobre todo Él mismo es víctima de propiciación. Su vida y su muerte son un Sí total a la voluntad del Padre y esta realidad abre un camino permanente entre el cielo y la tierra. Toda la historia del hombre es abrazada por el Padre por medio de su Hijo Jesucristo. Toda la historia queda redimensionada y salvada en el mediador que es Cristo Jesús.

El Evangelio nos muestra al Jesús que ha vencido a la muerte. Jesús no es un fantasma, no es una ideología, no es una conclusión razonada desde no sé qué experiencias. La realidad del resucitado se impone por sí misma y acalla dudas y temores. El resucitado tiene todas las pruebas de identidad con aquel que fue muerto y sepultado hacía tres días. Tiene las heridas de un crucificado, tiene el costado taladrado. A la vez tiene consistencia corpórea que se puede palpar y tocar y además come con ellos pan y pescado. No cabe duda alguna de que Jesús está en medio de ellos realmente y por iniciativa suya. Visto y constatado esto, desde el acontecimiento de la resurrección, se les abre la mente y el corazón y empiezan a entender las Escrituras. El Mesías tenía que padecer pero resucitaría al tercer día.

Es el acontecimiento de la Resurrección de Jesús el que hace cambiar la historia y da valor y relevancia a la perspectiva que hemos afirmado desde Dios.  La fe en el resucitado cambia nuestra vida. Cambió la de los discípulos (de miedosos a testigos) y nos cambia también la nuestra. También a nosotros se nos llama e invita a ser testigos de todo esto. Es necesario el arrepentimiento y la conversión. Abrirse a Dios y desde Él obrar. Creer en la Resurrección de Jesús es creer en el Dios amigo de la Vida y en el Dios que nos envuelve en su Vida abrazándonos con su Espíritu. Puede que nuestras palabras encuentren oídos sordos en nuestro derredor, pero estoy seguro que si de verdad guardamos la Palabra que hemos recibido, asumimos el estilo de vida de Jesús, el Amor de Dios llega en nosotros a su plenitud. Y si ven cómo nos amamos y cómo amamos a los demás a quienes consideramos hermanos, entonces pensarán que hablar de resurrección no son paparruchas sino que es una verdad que mueve montañas y que vivir desde esa convicción te lleva a vivir la alegría del Evangelio. Es mucho mejor vivir con Dios que sin Dios o contra Dios.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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