Carta del Superior General por el 175 aniversario del nacimiento del P. Dehon

Carta del Superior General por el 175 aniversario del nacimiento del P. Dehon

Con motivo del 175 aniversario del nacimiento nuestro fundador, el Padre Dehon, el Superior General, P. Heiner Wilmer, ha enviado una carta a toda la Familia Dehoniana quien señala que “iniciamos en la Congregación, este 14 de marzo de 2018, el año del «Corazón herido», que concluirá con la fiesta del Sagrado Corazón de 2019”.

Lee la carta completa:

Cristo, refugio de los afligidos y de los pecadores

Carta para el 14 de marzo, en el 175º aniversario del nacimiento del P. León Dehon

“Este 14 de marzo de 2018 celebramos el 175° aniversario del nacimiento del Padre León Juan Dehon, Fundador de nuestra Congregación. Queremos invitar a todos a dirigirse a él para leer la realidad de hoy. Las numerosas situaciones de exclusión que las personas viven nos llevan a volver a visitar la obra de misericordia espiritual del consuelo de los afligidos. Muchos de nuestros contemporáneos viven su vida en los márgenes, como exiliados dentro y fuera de su patria. Pensamos en los refugiados que huyen de sus países o de sus regiones a causa de las difíciles condiciones de vida causadas por guerras o catástrofes naturales; pensamos en los encarcelados, en las víctimas de injusticias de todo tipo cuyos derechos son violados; piénsese también en los pecadores afligidos por el peso de sus pecados… Además de ellos, se puede señalar que el mundo está cada vez más controlado por los ricos y los potentes, que no son sensibles al grito de los «damnificados de la tierra». 1 Volviendo los ojos hacia nuestro Dios que, en Jesucristo, muestra su corazón herido y se convierte en solidario con todos los sufrientes, podemos encontrar una respuesta espiritual para el hombre afligido, excluido y rechazados de nuestro tiempo.

Dios no es indiferente a la situación de las personas

En los Evangelios vemos que Dios se identifica con las personas afligidas: «Siento compasión por la multitud» (Mt 15,32); «Estaba en la cárcel» (Mt 25,36.43); «Jesús rompió a llorar» (Jn 11,35); «Todo lo que no habéis hecho a uno solo de estos más pequeños, no lo habéis hecho conmigo» (Mt 25,45). Estas expresiones de Cristo guían nuestra propuesta y nos dicen que lo que da sentido a nuestra vida no son los sufrimientos en sí, sino el amor que nos comprometemos a dar. Esta es la vida cristiana que puede ser sentida como posibilidad razonable para nuestros contemporáneos. Nuestra tarea no es solo la de preguntarnos sobre el porqué de las lágrimas, y de las muchas aflicciones, sino la de comprometerse para que disminuyan las lágrimas a consolar.

«Siento compasión por la multitud» (Mt 15,32)

Una de las atenciones que ha marcado de manera fuerte la acción de Jesús fue la multitud. Él tiene piedad porque la ve abatida como ovejas sin pastor. Nosotros hoy encontramos situaciones de los hombres de nuestro mundo que viven en los márgenes y en las periferias. También ellos son matados como ovejas sin un pastor y pierden toda esperanza de ver mejorar la propia realidad. Muchos de aquellos que son excluidos del gozo de los bienes están convencidos que nada cambiará su destino, han venido al mundo solo para acompañar a los otros. Esta resignación al sufrimiento expresa la amargura que prueban en su corazón y que puede englobar pensamientos pesimistas y de violencia. Las multitudes, de las que Jesús tiene piedad, viven como exiliados en su país, extraños a sí mismos;2 como los condenados a muerte en espera de la ejecución (Blaise Pascal), como corderos llevados al matadero (Is 53,7). Otros están como ovejas en medio de los lobos (Mt 10,16), experimentando solo el furor y el rostro duro de sus carniceros. Hay niños abusados por adultos o ancianos esparcidos por las esquinas de las calles como banderas de miseria y luto.3 Jesús se identifica con ellos, habiendo él mismo probado el sufrimiento de Getsemaní y en el Gólgota. Pero, no se limita a la piedad por ellos, comparte su sufrimiento y lo toma consigo. Lleva las ovejas perdidas sobre sus hombros (Lc 15,7; Ez 34,12), cuida del herido (Ez 34,16). En esta perspectiva, así escribe el padre Dehon:

«El Corazón de Jesús desborda de ternura y compasión por todos aquellos que sufren, todos aquellos que se cansan, todos aquellos que tienen hambre, todos aquellos que están enfermos. Es un corazón de padre, un corazón de madre, un corazón de pastor. Jesús es nuestro padre como Dios, como Salvador, pero lo es también como Pontífice, como sacerdote. Él es nuestro pastor, es el Buen Pastor por excelencia. Es su corazón de sacerdote que sufre cuando sufrimos. Más que san Pablo, puede decir: “¿Quién es débil que no lo sea también yo?” (2Cor 11,29)» (Le Cœur sacerdotal de Jésus, CSJ 126).

«Estaba en la cárcel» (Mt 25,36.43)

Jesús se identifica también con los prisioneros. Vivió durante su pasión el destino reservado a los prisioneros. Acusado, llevado ante el Sanedrín (Lc 22,66-71), ante Pilato y Herodes (Lc 23,1-12), es juzgado, condenado a muerte y clavado en la cruz como como un delincuente común. Conoció el sufrimiento del prisionero: la privación de libertad, latigazos, insultos, burlas, humillaciones de todo tipo, la traición y el abandono, la indiferencia de la gente a la que hizo el bien, curando a algunos, defendiendo a otros de la opresión de los hombres o de las fuerzas del mal:

«Para que se cumpliese lo que se había dicho por medio del profeta Isaías: él tomó nuestras enfermedades y se cargó con sus enfermedades» (Mt 8,17).

Cristo sufrió en nuestro lugar, como un prisionero. Gracias a él, nos hemos beneficiado de la gracia de Dios, que es como una amnistía o gracia que un rey concede a sus súbditos.4 También es verdad que los pobres son también sacramento del pecado del mundo, de la injusticia que reina sobre la tierra, y en la actitud hacia ellos se mide nuestra capacidad de vivir en el mundo como cuerpo de Cristo. Cuando de hecho vemos una persona oprimida, deberíamos saber interpretar esta situación como el fruto de la injusticia de la que también nosotros somos responsables. De tal toma de conciencia brotará después la disponibilidad a hacernos prójimos de quien sufre para luchar contra la necesidad que lo angustia. Cuando hayamos obrado para eliminar la necesidad, es más mientras obramos, el prisionero se convierte para nosotros en sacramento de Cristo, incluso si quizás lo descubriremos solo al final de los tiempos.

«Jesús rompió a llorar» (Jn 11,35)

No obstante tanto sufrimiento, en Jesús encontramos un corazón misericordioso, que mira la miseria de los hombres. No es indiferente, Él es compasivo. Mide el peso de los sufrimientos que soportan y comprende su desesperación. Al asumir la condición de los hombres saboreó toda su miseria y «se ha hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,8). Aceptando su pasión y su muerte, se hizo solidario con la humanidad sufriente. Es su corazón desbordante de amor por ella que lo llevó a esta aceptación. Jesús no es solo compasivo, sino que quiere curar los sufrimientos de los hombres. Continúa diciendo a los hombres que son víctimas de la exclusión, de la miseria y del futuro oscuro:

«Venid a mí, vosotros que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis alivio para vuestras almas. Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,28-30).

El yugo alivia el peso porque promueve la unión de las fuerzas o el compartir el dolor. Jesús llama a los que sufren a tomar su yugo, porque quiere ser solidario con su sufrimiento ayudándoles a llevar su peso. Su yugo es la humildad y la dulzura del corazón. Ser humildes significa llevar un yugo que crucifica el orgullo, el egoísmo, la búsqueda de gustos excesivos que degradan al hombre. Es con dulzura que Cristo abre los corazones endurecidos por el pecado. Lo demostró con la Samaritana encerrada en prejuicios tribales, culturales y religiosos (Jn 4,5-30), con Marta preocupada por las agitaciones, acusando a su hermana María de indiferencia (Lc 10,38-42), con un doctor de la ley que quería demostrarle que sabía (Lc 10,25-37), con Zaqueo endurecido en el pecado (Lc 19,1-10), con la mujer adúltera que no esperaba salir viva de las garras de sus acusadores (Jn 8,1-11)… Estos textos nos muestran que el corazón de Jesús es el verdadero refugio de pecadores y despreciados.

Todos los destinatarios de esta acogida cumplen opciones radicales de conversión. La Samaritana se hace misionera de Cristo por su pueblo, tras haber rechazado los prejuicios tribales, culturales y cultuales que endurecen su corazón y la hacían reacia a dialogar con Cristo. María reencuentra la paz del corazón cuando el Señor la defiende de las agitaciones de su hermana Marta. El doctor de la ley, mientras escucha la historia del buen samaritano, obtiene beneficio del ánimo y por el consejo de Cristo, que lo invita a tener siempre un corazón abierto hacia cada hombre necesitado, sea cual sea su condición y su pertenencia tribal. Zaqueo es aquel que se beneficia mayormente de los dones del Corazón de Cristo y muestra que aquel al que se perdona más, se abre también (Lc 7,43).

El encuentro con quien está en dificultad permite descubrir la fuerza de la intimidad. El consuelo no es un hecho de masas, sino que se vive en la proximidad. Necesita discreción, de la proximidad afectiva y coloquial de lo humano. Proximidad alegremente compartida de todas las cosas profundas e indefensas del hombre. Las que toman el alma por el cuello. La intimidad es el lugar, material y espiritual, que viene espontáneamente buscado en el momento del retorno tras las largas distancias y separaciones. Es el tiempo en el que hacemos reentrar las partes humanas de las relaciones con nuestros semejantes.

«Todo lo que no habéis hecho a uno solo de estos más pequeños, no lo habéis hecho conmigo» (Mt 25,45)

Si tan importante es la relación de intimidad con quien está en la pena, como nos revelan las acciones de Jesucristo, no podemos permanecer indiferentes a la miseria de los pequeños, de los pobres y de los marginados de nuestro tiempo. El Vaticano II invita a los cristianos y a toda la Iglesia a seguir su ejemplo:

«Las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, de los pobres sobretodo y de todos aquellos que sufren, son también las alegrías y las esperanzas, las tristezas y as angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay de genuinamente humano que no encuentre eco en su corazón… Por ello la comunidad de los cristianos se siente real e íntimamente solidaria con el género humano y con su historia». 5

Para ser solidarios con los hombres, debemos seguir la misma lógica de Cristo, es decir, saber renunciar a nuestras prerrogativas, hacernos pobres con los pobres. Se deben alcanzar las periferias y no solo hablar de pobreza. Es en esta perspectiva que no deberemos tener miedo a frecuentar los márgenes y las periferias, los lugares donde el hombre sufre: cárceles, hospitales, campos de refugiados, obras, fábricas, calles, familias, lugares de luto, áreas post-desastres, barracópolis… El trabajo no está hecho solo de compasión, sino también de nuestra presencia en los lugares donde se toman las decisiones, para hacer resonar la voz de Cristo a favor de los marginados, también cuando es a menudo sofocada. El Padre Dehon nos recuerda que antes de cada acción va una vida entregada:

«Plazca a la bondad de nuestro Dios multiplicar en su Iglesia las almas sacerdotales que, animadas y vivas por las disposiciones del Corazón de Jesús, Apóstol y Pontífice, son ante todo apóstoles a través de la oración, la inmolación interior, el ardor del amor por el consuelo, y después (solo a continuación) ¡por las obras exteriores de celo! Sin este fuego interior, toda la actividad del celo no sería otro cosa que humo (P. Giraud)» (Le Cœur sacerdotal de Jésus, CSJ 210).

La pedagogía para la liberación de los pobres requiere abandonar los imperativos categó- ricos o las bellas teorías realizadas en los laboratorios. A los pobres se les ha de decir la verdad y a aquellos que crean o promueven la miseria, que liberen a los marginados de las periferias.

El considerarse huéspedes de lo humano que nos habita, huéspedes y no dueños, nos ayuda a tener cuidado del hombre que está en nosotros y en los otros. Se puede salir de la indiferencia y del rechazo de la compasión que, sola, puede conducirnos a comprometernos con el otro en su necesidad. El pobre, cuya humanidad es humillada por el peso de las privaciones, por el desinterés y la extrañeza, comienza a ser acogido cuando yo comienzo a sentir coma mía su humillación y su vergüenza.

Como hijos del Padre Dehon, no debemos ser indiferentes a las personas con el «corazón herido»6

Para asumir plenamente lo humano, tenemos necesidad de beber del «corazón herido» de Cristo para unirnos al hombre con corazón herido y contribuir a hacer ligero su yugo; en otras palabras, a darle reposo. Como podemos destacar en nuestras Constituciones, nuestra espiritualidad tiene dos conceptos que nos llevan a seguir a Cristo para aliviar el sufrimiento de los afligidos: amor y reparación:

«De sus religiosos, el Padre Dehon esperan que sean profetas del amor y servidores de la reconciliación de los hombres y del mundo en Cristo (2Cor 5,18). Comprometidos así con Él, para remediar el pecado y la falta de amor en la Iglesia y en el mundo, le rendirán, con toda la vida, con las oraciones, las fatigas, los sufrimientos y las alegrías, el culto de amor y de reparación que su Corazón desea (cf. NQ XXV, 5)». 7

El drama del Calvario se explica a la luz del Corazón traspasado del Redentor. El acto de transfixión del Corazón de Cristo, para probar la eficacia de su muerte, fue también el gesto final con el que la humanidad rechazó la salvación traída por el Hijo de Dios encarnado. Dios, por su parte, transformó este gesto de obstinación en un canal de gracia para rescatar de manera sacerdotal, en el Corazón de Cristo, toda la humanidad. La reparación al Corazón de Jesús debe primero ser penetrada del misterio del libre amor del Padre que en Cristo reconcilió el mudo. Su amor era reparador, es decir dado a Dios en el nombre de una humanidad que no podía hacerlo, para ponerla en disposición de, a su vez, en él, poder regresar a la comunión con el Padre y con los hermanos.

Desde esta perspectiva podemos comprender la vocación reparadora. Reparar es contribuir a establecer en el mundo el reino de la justicia y de la caridad cristiana,8 es determinar, según el tiempo y el lugar, los compromisos concretos que, en la Iglesia local, corresponden a estas orientaciones apostólicas.9

Reparar es buscar con las Iglesias locales las modalidades de nuestra inserción en la misión eclesial que nos permiten desarrollar las riquezas de nuestra vocación.10 Es compartir el tormento del mundo de hoy en su esfuerzo de liberación: liberación de todo lo que hiere la dignidad del hombre y amenaza la realización de sus aspiraciones más profundas: la verdad, la justicia, el amor, la libertad.11 Hay una disponibilidad que nos hace siervos no de la lógica de la misericordia, sino de la actualidad de la misericordia. Nos merecemos el apelativo de «bienaventurados» haciéndonos pobres, y conquistamos para nosotros en el campo lo de «benditos», amando y sirviendo a los pobres.

El anuncio del año del «Corazón herido»

El tema del consuelo es profundamente dehoniano. Para dar espesor a este aspecto iniciamos en la Congregación, este 14 de marzo de 2018, el año del «Corazón herido», que concluirá con la fiesta del Sagrado Corazón de 2019. Para nosotros, el «Corazón herido» es el icono del siglo XXI, transmite un mensaje que va más allá de la palabra. Este símbolo es capaz de acoger los sentimientos de las mujeres y de los hombres de este mundo. El icono del «Corazón herido» sabe revelar la vida interior e íntima hecha de deseos y expectativas, frustraciones y sufrimientos. Remite a los sentimientos de muchísimas personas, hace vivas sus angustias y lágrimas, su tortura y sufrimiento hasta la sangre. Todo eso que está cercano al hombre lleva el signo de la herida.

En torno a este icono, deseamos hacer converger las iniciativas presentes o que serán emprendidas en las diferentes Entidades. Queremos promover la creatividad, sea a nivel teológico que filosófico, para emprender compromisos en diferentes servicios, en el ámbito del arte y de la música para dar expresión al sufrimiento con la palabra, y proponer remedios para invertir las situaciones marcadas por la aflicción y puestas en los márgenes del vivir común.

Es un kairós para nosotros, hijos del Padre Dehon, que en su testamento espiritual nos dice: «Os dejo el más maravilloso de los tesoros, el corazón de Cristo», «por él vivo, por él muero». Es, por tanto, un momento favorable para desenterrar este tesoro y descubrir las innumerables riquezas que reserva a nuestro apostolado y a nuestra misión.

En este año deseamos hacer del «Corazón herido» de nuestro Señor el refugio de hombres arrollados por el sufrimiento, la injusticia y la exclusión. Personal y comunitariamente, estamos invitados a inventar, iniciar y realizar proyectos que busquen señalar esta preocupación en nuestros ministerios, oraciones y devociones… Se trata de valorar nuestro carisma de profetas del amor para iniciar trabajos o crear situaciones que puedan eliminar o aniquilar cualquier germen capaz de generar exclusiones. Deseamos pensar en cómo podemos tener la vista puesta más allá, observadores y visionarios de los signos de los tiempos para desarrollar nuestro carisma de siervos de la reconciliación para ir a las periferias, como Cristo, y luchar con las víctimas teniendo como armas las obras de misericordia inspiradas por el Corazón misericordioso del Señor.

Queridos miembros de la Familia Dehoniana, alimentemos nuestra compasión en el Corazón de Jesús para hacer posible, urgente y fecundo nuestro amor hacia toda persona herida.

Heinrich Wilmer, scj Superior general y su Consejo

1 Título de la obra del escritor de la isla de Martinica Frantz Fanon, Les damnés de la terre, Maspero, Paris 1961.
2 Cf. Benedicto XVI, Homilía en el Estadio Ahmadou Ahidjo de Yaoundé, 19 de marzo de 2008.
3 Cf. Emile Zola, Germinal, Libro IV, capítulo 7.
4 Cf. Mons. Albert Ndongmo, Le Salut de Dieu selon Saint Paul, Editions Paulines, Montréal, 1978, p. 103.
5 Gaudium et Spes, n°1.
6 Incluidos aquellos y aquellas que se llaman hoy «los nuevos heridos» (cf. Cathérine Malabou, Les nouveaux blessés : De Freud à la neurologie, penser les traumatismes, PUF, Paris, 2007). Para nosotros será importante no solo pensarlos, sino curarlos.
7 Regla de vida, n° 7.
8 Cf. Regla de Vida, n° 32.
9 Cf. Ibidem.
10 Regla de Vida, n° 34.
11 Regla de Vida, n° 36.

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