Las Bodas de Caná

Las Bodas de Caná

También en este domingo, continúa el tiempo epifánico de Jesús. La iglesia siempre ha contemplado el acontecimiento de las bodas de Caná como momento manifestativo de la realidad mesiánica de Jesús. El Evangelio de hoy, no es la mera narración de algo que pasó en la vida de Jesús. Es sobretodo y principalmente la narración de lo que sucede en el testigo ante la experiencia del encuentro personal con Jesús.

Isaías 62, 1-5 es un hermoso canto a la esperanza. El profeta utiliza la imagen o figura de la alianza matrimonial para hablar de la relación entre Dios y su pueblo. Desde esta alianza, el profeta está convencido que Dios no puede fallar porque es fiel. Su alianza es eterna y su fidelidad para siempre. Por lo tanto no puede dejar a su pueblo tirado en la cuneta del exilio. Seguro que volverá para rescatarlo del oprobio de la esclavitud. Y grita de júbilo, porque siente que el Señor está cerca y va a restablecer su favoritismo por Israel. Le pondrá sobre su cabeza una corona fúlgida de esposa y la volverá a llamar “mi favorita” y “mi esposa”. El profeta siente un gozo inmenso, lo vive y lo contagia. Pero él es el primer beneficiado de esta experiencia o de este anuncio de salvación.

Este modelo de alianza esponsal es el que se maneja en el Evangelio de hoy. Juan 2,1-12 narra lo que acontece en un banquete de bodas que ya está llegando al final. Y en ese banquete va a realizarse el primer signo de Jesús. Signo o señal que es toda la narración y no solo el “milagro” del agua convertida en vino.

Lo primero en resaltar es el mismo hecho de ser una boda. La relación de Dios con su pueblo es similar a lo que acontece en las bodas. La boda es la fiesta entre las fiestas y es el momento inicial de una vida en plenitud por parte de los novios que se prometen el uno al otro entrega y fidelidad mutua en las alegrías y en las penas, para siempre.

En la narración aparecen 6 tinajas de piedra vacías y unos novios que no se enteran de la movida. Parecen también ellos ser invitados de piedra en la boda. San Juan está marcando el final de una alianza que será substituida por la Nueva Alianza en Cristo. Las tinajas de piedra hacen alusión a la alianza del Sinaí, sellada en piedras. Son seis y no siete, que serían plenitud. Les falta algo para la plenitud. Además están vacías. Ya no trasmiten vida; ya no sirven para fecundar porque su contenido se ha gastado o desparramado.

Jesús aparece en el centro de la narración como el que dispone o ejerce realmente de “novio”. En él se realiza la Nueva Alianza. Es el novio o el nuevo Adán. Da inicio a una nueva realidad que estimula y transforma la vida.

Puede que nos resulte extraño, pero María va a jugar el papel de la nueva Eva. Ella es su madre, pero Jesús la llama “mujer”, por lo que instaura una relación nueva, más allá de los vínculos de sangre. María representa a todo su pueblo, a la humanidad, a la Iglesia con quienes Dios realiza su nueva alianza.

El diálogo entre Jesús y María es sin duda sorprendente. Pero ahí está y habrá que desmenuzarlo.

María es la que se entera de lo que sucede. Falta vino. Falta lo sabroso, falta la fiesta o aquello que hace entrar en fiesta y alegría a la gente. Su pueblo vive la alianza desde un legalismo extenuante e infecundo. La relación con Dios es más de temor que de amor; más servil que liberadora; mas leguleya que festiva. No sirve para la vida. Es piedra dura, seca y sin agua como las vasijas. Por eso, María, profetisa ella, grita a su hijo (esposo) que falta vino. Eva a Adán le da la manzana de la desobediencia. María pide la vida para sus hijos (hermanos), para su pueblo. Jesús responde con ese extraño: “Mujer, que nos importa a nosotros”. “No ha llegado mi hora”. La intención del evangelista es marcar la HORA de Jesús. Todo su evangelio son pasos hacia esa hora decisiva que será la entrega de su vida en la cruz. Pero toda su vida es “entrega y entregada” y por eso María no duda que el momento de la Salvación ya ha sido inaugurado y por lo tanto da una orden a los criados: “HACED LO QUE ÉL OS DIGA”.

Son palabras que recuerdan, en primer lugar, que obra de forma distinta a Eva. Aquella incita a desobedecer a Dios y por tanto hace descarrilar la historia de Gracia entre Dios y los hombres. María retoma el grito del pueblo de Israel ante la Alianza propuesta por Moisés (Ex. 24, 3): “Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor”. María invita a cumplir la Alianza en plenitud: “Haced lo que Él os diga”. Ese “Él” tiene un contenido profundísimo. Para el evangelista Juan ya es revelación de Jesús como nuevo Moisés y más que Moisés. Es a él al que hay que obedecer y escuchar. Él es La Palabra de Dios hecha carne. En estas palabras de María se da la revelación de Jesús en este evangelio de hoy y son las palabras centrales que deben resonar en nuestra mente y corazón. Jesús realiza la Nueva Alianza y en él encontraremos las fuentes de la vida y la salvación. María, con su palabra, con su obediencia encarrila de nuevo la historia de la Salvación y hace que vaya por las sendas de Justicia.

Lo que sucede a continuación será desarrollo de esta realidad.

El agua se cambia en vino. Se resalta la sobreabundancia (casi 500 litros) y la calidad. Los tiempos mesiánicos se inauguran con un banquete donde se come y bebe de balde. Es tiempo de fiesta, alegría y plenitud.

El agua pasa a ser vino. Un cambio substancial y de calidad. Después el vino será utilizado en el banquete de la última cena donde se establece la Nueva Alianza en la sangre de Cristo pronunciando las palabras que utilizamos en la consagración. El vino es memorial de la sangre derramada en la cruz.

El evangelio termina diciendo que “sus discípulos creyeron en él”. Algo substancial ha cambiado en los discípulos. Creen en Jesús. Él pasa a ser el sujeto y objeto de su fe. Él es el mediador entre Dios y su nuevo Pueblo. Pero mediador muy particular porque su mediación no separa o no se interpone entre los dos sino que hace que las dos realidades sean una misma en la comunión. En él se realiza esta indisoluble comunión entre Dios y el hombre. Por él, todos los hombres entramos en la esfera de Dios y participamos de su misma vida. La Nueva Alianza nos hace a todos hijos de Dios en el Hijo predilecto de Dios.

San Juan nos cuenta su vivencia transformada y transformante desde su vivir en Cristo. Pregunto: ¿Me llega a mí esta experiencia? ¿Vivo mi fe desde el hondón de mi espíritu transformado por el Espíritu de Jesús? ¿Hago todo lo que dice el Señor?

Solo si mi vida es cambiada de agua al vino o de la mediocridad a la entrega podré ser fermento de cambio en la sociedad de mis hermanos. Solo desde ahí podré anunciar la alegría del Evangelio a la que nos exhorta de mil maneras nuestro hermano mayor el Papa Francisco.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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